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La música más hermosa

Traducido al español por Quique Bérniz.

 

Finn McCool y sus compañeros cabalgaban cazando jabalíes a través de las boscosas colinas del Ulster. Durante el descanso del mediodía, mientras comían tendidos bajo los rayos del sol en un claro del bosque, MacCool lanzó la pregunta: “¿cuál es la música más hermosa de todas?”

 

El temible guerrero de un solo ojo, Golla MacMorna, respondió en primer lugar. “Es el sonido de la batalla” –dijo–. “El sonido de una espada contra otra, el de una lanza que surca el aire: el sonido del miedo y de la victoria”.

 

Después habló Diarmid, tan hermoso que ninguna mujer era capaz de mirarlo sin caer perdidamente enamorada de él. “Es el sonido de una voz suave llamándote desde su aposento en la noche; el sonido de unas dulces palabras susurradas en la oscuridad; el ligero temblor de los labios que aguardan el beso largamente esperado”.

Después fue el turno de Fergus, que habló del canto del viento a través de los trigales cercanos a su hogar; Connor, el sonido de las olas rompiendo contra los acantilados; Conan, el murmullo de su hijo cuando duerme; y Oisin, el hijo del propio Finn, la calidez y sabiduría de la voz de su padre.

 

Cada uno de ellos respondió desde su propia visión. Después, cuando todos ya estaban en silencio, Oisin preguntó “Y mi padre, Finn McCool; ¿cuál es para ti la música más hermosa de todas?”

 

“La música de lo que sucede”, respondió Finn McCool; “Esta es la música más hermosa que existe”.

 

Y esto es lo que, como astrólogos, tenemos el privilegio de estudiar: la música de lo que sucede, ciertamente, la música más hermosa de todas.

 

Hay diversas formas mediante las que el hombre ha intentado hacer inteligible esta música –leer la partitura, por así decirlo–. Alguna de ellas ha sido, inevitablemente, más exitosa que otras. Los métodos experimentales de lo que ahora, por alguna razón no inmediatamente obvia, llamamos “ciencia”, intentan no leer la partitura o escuchar la música, sino entenderla examinando sus efectos en los oyentes, las entidades animadas e inanimadas existentes en el mundo, y por lo tanto, poniendo algunos niveles de opaca realidad entre ellos mismos y el compositor. En el otro extremo, los místicos intentan comprender identificando su unicidad con la mente que está creando esta música.

 

Lo que podríamos denominar ampliamente como arte adivinatorio, aunque limitar la astrología a esto no es hacerle un gran favor, algunos son intentos de predecir tarareando junto con la melodía hasta que el operador, si es lo suficientemente experto, pueda captar de forma suficiente su forma para estimar qué va a ser lo siguiente, mientras que otros, de los cuales la astrología es el arquetipo, utilizan los vestigios del verdadero método científico para objetivamente – o “des-envolventemente”– entender la naturaleza de las formas desde la que la música es construida: sus notas y su tempo, por ejemplo. Desde un entendimiento de estas formas – los ladrillos de la música de los que sucede – el astrólogo puede luego avanzar en dos direcciones: entender la música que está construida con estos ladrillos y por lo tanto, si lo desea, predecir su fluir, y entender la mente que creó los ladrillos. La astrología que tenemos, en este sentido, es un fragmento estructurado y disciplinado de una ciencia mística.

 

Plotino dice que si establecemos el principio integral de coordinación detrás de todos los fenómenos manifestados “tendremos una base razonable para la adivinación, no sólo mediante las estrellas, sino mediante las aves u otros animales, de los cuales obtendremos orientaciones para nuestros más variados asuntos. Así, si imaginamos todos los fenómenos manifestados como dos puntos en la superficie de un globo, estos puntos se moverán conforme el globo se hinche.  No es hasta que somos conscientes de que el globo se está hinchando y que esto tiene un efecto sobre los puntos, que su movimiento se vuelve comprensible para nosotros. Una vez que hemos comprendido el principio básico de coordinación en la expansión del globo, el conocimiento del movimiento de uno de los puntos nos permitirá determinar el movimiento del otro. Si uno de los puntos soy yo, no importa si el otro punto es el planeta Venus o mi gato: el conocimiento del principio integral de coordinación me permitirá deducir cosas sobre mi propia posición observándolos. A lo largo de los siglos, la posición del planeta Venus ha resultado fácil de tabular.

 

En la práctica, por supuesto, la situación es bastante más compleja de lo que la metáfora del globo sugiere, algo así como el principio aristotélico de esferas dentro de esferas, pero la idea que permanece es la misma.

 

Es el tamaño y la aparente regularidad de las órbitas de los planetas lo que los ha hecho mucho más prácticos que el movimiento de las aves o de los animales, especialmente para una raza sedentaria cada vez más alejada del contacto con el mundo natural. En la India, el modelo clásico del astrólogo trabajando, es el de un astrólogo sentado en un claro, haciendo sus juicios a partir tanto del mundo circundante como de la carta misma: el tiempo, la dirección desde la que los clientes llegan, sus ropas, el movimiento de los animales, la carta –todo se usa como una unidad–.

 

Que nosotros seamos sedentarios y, más aún, una raza urbana, tiene un profundo efecto en la elección de las técnicas para la comprensión de ese principio de coordinación. Nosotros juzgamos a partir de hojas de papel y no a partir de hígados de ovejas recién sacrificadas; pero incluso la forma de nuestra astrología también ha sido conformada por nuestra cultura.

 

Aunque esta cultura se haya vuelto tan universalmente aceptada que casi olvidamos que pueda existir otra alternativa, una de las más fundamentales divisiones de la Humanidad se da entre pueblos nómadas y pueblos sedentarios. En el Génesis, sólo las divisiones entre hombre y mujer, y entre padres e hijos, están antes que la división entre Caines y Abeles. Así como hombre y mujer o padre e hijo, nómada y sedentario tienen visiones del mundo profundamente diferentes: un nómada no es sólo un sedentario que se mueve de tiempo en tiempo. El nómada encontraría la preocupación de Scarltt O´Hara por Tara casi incomprensible: efectivamente, en las desavenencias entre Rhett Butler y Scarlett, podemos observar algo de la diferencia entre los valores nómadas y los sedentarios, y el poder de esa perenne atracción romántica por el nómada que se mantiene en el alma sedentaria.

 

Para el sedentario, el lugar permanece fijo mientras que el tiempo está siempre en movimiento. Las artes de las culturas sedentarias fijan el tiempo en un lugar, la pintura o la escultura son ejemplos; el cine o la TV son los más habituales hoy en día. El sueño del sedentario es fundar una “casa”, en sentido literal o metafórico, que pasará a través de las generaciones.

 

Para el nómada, el tiempo es un medio estático, cada año es como el siguiente sin ese sentido de crecimiento gradual con el que el agricultor está familiarizado; mientras el lugar se mueve, el horizonte siempre se mueve por delante de él. Las artes nómadas se mueven a través del tiempo: poesía, que no tiene un lugar sino que empieza en un momento y termina un cierto tiempo después, o la canción, son sus medios elegidos. El sueño del nómada es tener un nombre que pase a través de las generaciones, realizar una famosa hazaña que sea recitada por los bardos. Nótese la oposición cuando utilizamos términos astrológicos para decir esto: el sueño del sedentario es la casa IV; el del nómada es la casa X.

 

Nótese también la significancia de cuál de ellos se encuentra por encima del horizonte; la hazaña del nómada debe ser honorable, realizada abiertamente a la luz del día, para que sea vista por todos, nada hay peor que ser recordado por las razones equivocadas; pero para el sedentario, si su casa se construye de forma honorable o no honorable, es en gran medida, indiferente: en la oscuridad del IC, la fundación de su casa no puede ser vista. Si hechos oscuros han servido para construir su casa, serán lavados más adelante con el paso del tiempo. Esta diferencia de valores es la base de mucha de nuestra literatura, cine y, ciertamente, pensamiento político.

 

El nómada y el sedentario tienen diferentes astrologías. La carta es una mezcla de tiempo y espacio: un tiempo concreto, en un lugar concreto. El nómada utiliza las casas de signos enteros, sistema que pone el énfasis de la carta sobre el tiempo. Las culturas sedentarias han desarrollado una miríada de sistemas de casas (la elección de la palabra “casa” para una sección de la carta no es una casualidad) que priman el lugar. El término “casas de signos enteros” no es sino una mala traducción de lo que el astrólogo nómada está utilizando, porque siendo nómada, él no tiene casas: él no piensa “si el Ascendente está en Géminis, la segunda casa es Cáncer”, sino simplemente “si el Ascendente está en Géminis, el segundo signo es Cáncer –y el segundo signo concierne a las posesiones.

 

Aparte de cualquier otra consideración, las casas de signos enteros son fáciles de calcular mientras fustigamos a un robusto caballo atravesando las interminables estepas. Es casi imposible que alguien pueda calcular las cúspides del sistema Regiomontano desde el principio de cabeza (no tienes libros ni tablas si eres nómada). La parafernalia propia de nuestra astrología es propia de nuestra cultura.

 

La coloración de la astrología por la cultura no acaba con la separación entre pueblos nómadas y pueblos sedentarios. Lejos de existir en un mundo de pureza intelectual, nuestra astrología ha sido moldeada por nuestro cambiante mundo social (no menos que las modernas pseudociencias de la física o la biología). Podemos encontrar indudablemente  una concurrencia cultural en alguna de las divisiones astrológicas: aquellas que invierten la Parte de la Fortuna en cartas nocturnas y aquellas que no lo hacen, por ejemplo. La división más clara fue la que ocurrió con el Renacimiento.

 

El Renacimiento, un proceso gradual que se extendió por algunos cientos de años más que la brusca división que su nombre sugiere, trajo una inversión de las prioridades del hombre tan importante como lo fue la inversión en el modelo del Sistema Solar, la cual es contemplada como uno de los grandes logros de aquella época. Nuestra posición, como el que vive en las estribaciones de una inmensa montaña, hace que nos resulte imposible  juzgar con claridad sus efectos: su sombra cae sobre nuestro pensamiento, sin embargo podemos escapar de ella con algo de esfuerzo. A pesar de su influencia dominante, es posible ver que este resultado no fue la Maravilla sin tacha que el pensamiento progresista nos asegura que fue. Sólo porque nos trajera hasta aquí no significa necesariamente que  éste sea el mejor lugar para estar.

 

Los descubrimientos del Renacimiento son muchos y diversos, como el “re-descubrimiento” de América, pero como todos los descubrimientos, cada uno refleja la época en que se lleva a cabo: sin la capacidad mental o espiritual para recibir este descubrimiento, el descubrimiento no será hecho –podríamos considerar la llegada a América de los Vikingos como un descubrimiento hecho antes de que su capacidad para darse cuenta de ello estuviera formada. Quizá uno de los más claros símbolos de la transformación espiritual de aquella época fue uno de sus favoritos: el de la perspectiva lineal.

 

Para nosotros es evidente que un dibujo hecho de acuerdo a las reglas de la perspectiva lineal parece “real”, mientras que la típica creación del artista medieval no lo es. Sin embargo, esto es así sólo porque al vivir a través del Renacimiento, lo experimentamos así: sólo porque hemos aceptado la inversión de valores del Renacimiento, cambiando nuestra primogenitura por un apetitoso pero poco nutritivo plato de lentejas. Que tenga un parecido a la forma superficial de un objeto no lo hace más parecido a lo real; esto es un error de nuestros científicos contemporáneos, con su convicción de que si puedes medir algo puedes entenderlo. Como la astrología nos enseña, la realidad de un objeto está en su esencia, no en su forma; a través de la Historia, son sólo las culturas en su decadencia las que han producido un arte superficialmente naturalista; las culturas todavía en contacto con su corazón producen arte que atañe a uno mismo con las esencias, con el núcleo espiritual. El arte naturalista puede asemejarse a la superficie de una forma; esto no es lo mismo que parecer real.

 

Lo importante de la perspectiva lineal es que está hecha para ser vista desde un lugar particular, no como el arte medieval representando la verdad esencial que se ve “real” desde cualquier punto de vista que se contemple. Esto es, la perspectiva lineal prioriza al espectador individual en su abandono de lo espiritual por los valores mundanos. Y así como la astrología está siempre coloreada por la sociedad en la que vive, así sucedió con la astrología en aquella misma época.

 

El cambio correlativo durante el Renacimiento fue el cambio en el énfasis desde la astrología horaria y mundana a la natal (aunque la natal existiera ya antes y la horaria continúe existiendo). La clave de la astrología horaria es que el artista está adivinando la voluntad de Dios en el asunto particular bajo estudio. La forma de la cuestión es siempre, aunque raramente se plantee como tal “¿Es la voluntad de Dios que X o Y…? También es posible tratar un juicio sobre una carta natal como una adivinación de la voluntad de Dios para esa vida; pero dada la forma del mundo tal como es, la astrología natal inevitablemente cayó en lo que es hoy: no una adivinación del rol espiritual de la vida, sino una fiesta de las particularidades de la personalidad, precisamente las cosas que nos arrastran lejos de lo espiritual.

 

Aparte del papel que en el mundo contemporáneo tiene la consulta astrológica como estimulación, proporcionando la, por otra parte, rara oportunidad de no hablar de otra cosa sino de MÍ durante una hora más o menos, esta diferencia en el énfasis es quizá más clara en la dramática inversión de la actitud respecto de la muerte en el horóscopo. Para los antiguos, cuando juzgaban una natividad, lo primero que había que hacer era calcular cuándo el nativo podía morir: sin esto, cualquier juicio posterior no tendría ningún sentido. Pero esto era en una época en la que a las verdades espirituales se les concedía más importancia que hoy: en términos espirituales es el momento de la muerte lo que da a la vida su significado. En términos seculares, el momento de la muerte es el de la extinción del ego, pero como la astrología moderna existe sólo para el disfrute del ego, los manuales actualmente están de acuerdo en que nunca se debe sugerir a los clientes que podrían ser mortales.

 

Es esta inversión de valores entre lo espiritual y lo profano, tan radical como la inversión de una corriente eléctrica, si bien ocurriendo a lo largo de un período de tiempo bastante largo, lo que explica el caso Galileo. Contrariamente a lo que todos hemos creído, éste no fue un asunto de una creencia verdadera desbancando a una creencia falsa: la historia la escriben los vencedores, y este cuadro está pintado por el mundo que se creó desde la visión de Galileo, un mundo en el cual los legisladores no oficiales son los científicos que tienen la convicción de que sólo de pan vive el hombre.

 

El caso Galileo no fue una cuestión de verdad contra falsedad, sino de qué nivel de verdad debía considerarse que tenía la importancia primordial, el espiritual o el profano. Es esto lo que causó la oposición de la Iglesia a las enseñanzas de Galileo. A lo largo de los tiempos medievales, la Iglesia demostró una notable apertura por las nuevas ideas: esta aproximación al conocimiento no fue abandonada de repente sin ninguna razón. La oposición de la Iglesia vino de una previsora conciencia de la ruina espiritual y moral que el modelo de Galileo traería consigo inevitablemente, siendo ambos producto y causa del giro desde los valores verdaderos a los ilusorios. Es su importancia como fenómeno espiritual más que como puramente intelectual lo que causó el retraso de doscientos años en la aceptación amplia de este modelo: la cultura se mueve a un ritmo lento. (Consideremos que indudablemente pasarán otro par de siglos antes de que la relatividad comience a ser aceptada como algo que no sea una mera abstracción intelectual. Como Gramsci señaló, “Uno podría imaginarse qué sucedería si en la escuela primaria y secundaria las ciencias se tomasen desde las bases de la relatividad de Einstein… los niños no entenderían nada en absoluto y el conflicto entre lo que se enseñara en la escuela y la vida familiar y popular sería tal que la escuela se tornaría un objeto de ridículo y caricatura”. Tal era el cambio exigido en los valores que demandaba el modelo de Galileo.)

 

Por lo tanto, nuestro estudio de la astrología tiene dos posibles niveles, dos percepciones de verdad entre las que debemos elegir, las cuales casi podrían ser descritas como pre y post Galileanas. Podemos escuchar la música de lo que sucede o podemos escuchar la estridente danza del ego individual. Desde esta perspectiva, el rechazo de las escuelas tradicionales a admitir los “nuevos planetas” en sus juicios es perfectamente válido, porque en el modelo cosmológico que es relevante para la percepción de la verdad en el sentido espiritual, estos planetas no existen.

 

Que hayan sido descubiertos ahora no los hacen más relevantes para nuestro modelo que las Nintendo o las patatas fritas con sabor a barbacoa. Pueden estar ahí, y pueden ser útiles si nuestro propósito es excitar al ego, pero no son parte del modelo de una astrología que es una ciencia verdadera: un sendero al conocimiento del Compositor de la música más hermosa de todas.

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